
Pero por qué, nos preguntamos desde nuestro rincón del mundo, queremos ver historias de cowboys, de gringos con pistola, que hablan mal y matan indios. O es que queda algo detrás de esa mañida figura romántica del vaquero, que se aleja hacia la puesta de sol silbando alguna canción que hable de la soledad.
De una u otra forma, todos nos sabemos de memoria el estereotipo, aunque probablemente nunca hayamos visto un western. Y como todos los estereotipos, lo encontramos vacío, falto de sentido, moldeable por las modas e invasivamente impuesto. Pero como pasa muchas veces en el cine, en las raíces, muy por debajo de la superficie, hay un mito que nutre a todos los habitantes de la arboleda.
How the western won
No importa ni el lugar y el tiempo desde donde se cuenta una historia, siempre que se sepa para quien se cuenta y cómo se cuenta. De la misma manera en la que Akira Kurosawa nso convida imágenes cautivantes del Japón medieval, John Ford, uno de los más grandes de todos los tiempos, sabe entregarnos, con humildad y grandilocuencia, lo épico, lo glorioso y lo patético de la conquista del oeste norteamericano.
Pero esa épica no tiene que ver con lo lírico o lo fantástico, si no con las pequeñas historias sobre pequeñas empresas, esas que en un conjunto enorme ayudaron a construir una gran nación, destinada a ser la más importante del globo... nos guste o no.

Por eso son tan importantes los westerns, porque constituyen los mitos sobre los que se fundamenta todo el imaginario de los Estados Unidos; que, como todos sabemos, son una mezcolanza de inmigrantes venidos de todo el mundo (de hecho, John Ford era irlandés), y son este tipo de historias las que les otorgan un pasado común, una epopeya que habla sobre cómo, entre todos, lograron fundar una país a pesar de las adversidades.

Todo este preámbulo se debe a que la necesidad de botar los juicios previos ante cualquier cosa. Y también para adelantar que, además de esta película en particular, cualquiera de los westerns de John Ford merece el esfuerzo.
Pero he querido empezar por ésta simplemente porque es la más célebre y, según la opinión general, una gran obra maestra del cine.
Es díficil argumentar las enormes bondades de esta película sin contar el argumento, ya que tienen que ver principalmente con su arquitectura; con la forma en la que lo más grueso del lenguaje es también lo más delicado, con lo funcional de los detalles, con lo estético de lo más práctico.

Esa sobria falta de énfasis no hace que los personajes sean menos interesantes. Todo lo contrario; John Wayne es más corazón que odio, y Ethan, su personaje, es lo suficientemente rudo y misterioso como para cuestionarnos toda la película cuál es la razón de su rabia y si será capaz de su redención final.

Pero también hay espacio para los simbolismos visuales, aquellos que, sin necesidad de ser explicitados, pueden detonarnos ciertas sensaciones, más o menos incómodas, de que nos están queriendo decir algo. Esa curiosa obsesión con los umbrales, que nos hace pensar que todo lo que está afuera es terrible y desolador, mientras que el adentro es un lugar cómodo que no es fácil de abandonar, pero al que es aún más difícil volver.

Como decía, cuesta no caer en la tentación de contar el argumento, pero es un ejercicio necesario, el ver las películas con la mayor apertura posible, solo con la fe y las ganas de querer entregarse a un buen film.
Hay que tener precaución con algunos detalles que hoy pueden parecer chocantes. Por ejemplo, resulta muy raro que el jefe indio "Scar" tenga los ojos azules y rasgos claramente caucásicos, o los colores chillones de las ropas indias, pero es más que perdonable. Por otro lado, es soberbio el uso del technicolor, más aún considerando que Ford filmaba casi solamente en blanco y negro. Sin embargo, acá logra una gran presencia de los paisajes, como en la maravillosa escena de la patrulla rodeada.

Pero esto es infinito, y por muy grande que sea esta película, inabarcable solo con ella. Varios capítulos requeriría hablar de John Wayne o de John Ford. Ya varios libros hay para cada uno y también para todo lo que hicieron juntos. Hoy es difícil concebir a uno sin el otro, y no me cabe duda de que ya vendrá la ocasión de volver a ellos con alguna otra de sus varias obras maestras. Porque esta es solo la montaña más alta de una cordillera de grandes películas.

1956
Director: John Ford
Reparto: John Wayne, Jeffrey Hunter, Vera Miles, Ward Bond, Natalie Wood
Guión: Frank S. Nugent, basado en la novela de Alan Le May
Música: Max Steiner
Fotografía: Winton C. Hoch
Edición: Jack Murray
Arte: James Basevi, Frank Hotaling
Ranking AFI: #12
Top 100 Cahiers du Cinema: #10
Incluida en la "A List: The Essential Films" de la National Society of Film Critcs de Estados Unidos.
increible película
ResponderEliminarfunciona muy bien y la historia es atrapanmte, tanto que se llega a gritar de emoción a veces
creo que los fuera de campo están muy bien utilizados y cada toma tiene una belleza increible