jueves, 6 de enero de 2011

Sita sings the Blues

Esta es una película rara por donde se le mire. Cómo describir si no, un film que es "la versión animada y norteamericana del más importante poema épico hindú, musicalizada con blues de los años '20", y que es presentada en el log-line como "la más grande historia de rompimiento jamás contada". Que además, en términos más estéticos, tiene cuatro estilos narrativos paralelos para contar la misma historia, todas animadas por la misma persona, Nina Paley, una caricaturista estadounidense que produjo, dirigió, escribió y ánimó la película.

Por si todo eso no fuese lo suficientemente peculiar, lo que parece un chiste en los créditos iniciales - "una película presentada por USTED, financiada por SU BILLETERA, y producida por SU DINERO" - es verdad, porque se trata de una película de distribuición gratuita, y que se financia aún en base a donaciones y merchandising - que por hoy incluye las versiones en DVD originales de la película más el notable y liberado de derechos soundtrack, las que, dicho sea de paso, no son nada caras.

Pero cómo una película que así parece tan disparatada... ¿puede ser buena? Por supuesto, eso entra en el evidente y polémico mundo de las subjetividades y los gustos, pero, en mi opinión, sí, lo es. Y por eso la recomiendo.

No solo por los obvios elementos sui generis que, si todo va bien, la terminarán convirtiendo en una película de culto en poco tiempo, si no también por su originalidad y sus notables logros estéticos.

El lugar donde confluyen los ríos

Porque no deja de ser un valor que estos cuatro estilos narrativos y cuatro técnicas de animación confluyan en una sola línea. Es posible discutir hasta qué punto funciona tan bien esta osadía, pero la historia, de contarse, se cuenta. Y lo que es más importante, se cuenta con momentos de gran belleza e impacto estético.

Sita sings the Blues es una versión del poema épico hindú Ramayana - s.V A.deC. - , una versión bastante sesgada por las ideas revindicadoras de la femeneidad de la directora. El mero hecho de centrar su perspectiva en el personaje de Sita en lugar de en Rama, es una gran trasgresión al poema épico; Sita la esposa de Rama, héroe del poema original y séptima reencarnación de Vishnu, es decir, algo así como el Jesucristo de la religión hindú.
Esta historia - la de Sita - está contada, en primer lugar, por los mismos personajes, para lo cual la directora anima dibujos originales de la cultura hindú, sacados de alguna versión ilustrada (en el s. XVII) del Ramayana, logrando algunos cuadros de gran belleza, al reproducir y dar movimiento a estos dibujos.
Luego, utiliza el dudoso recurso de los narradores externos; tres títeres de sombra - que se utilizan en India proyectados contra una sábana - comentan, en jerga moderna y con evidente acento indi, lo que saben y lo que creen sobre la leyenda, aportando además algunos datos propios de las distintas y variadas versiones del poema. Estos narradores pueden ser muy divertidos, aunque, desde un punto de vista más severo, entorpecen algo el relato y hacen cierto ruido sobre el carácter mítico de éste. Aunque, por otro lado, aportan bastante a las posibles interpretaciones del mito y lo hacen más fácil de digerir.
La tercera estrategia es la que le da el nombre a la película. En animación flash, Sita canta blues. La autora tomó canciones interpretadas por Annette Hanshaw - una de las primeras voces femeninas del jazz blanco, en la década de los 20 - las puso en la boca de la heroína hindú y con ello musicalizó las acciones de la leyenda, con sorprendente criterio. Probablemente esta es la más arriesgada de las estrategias usadas, pero, por alguna razón, la calidad añejada de las grabaciones de la Hanshaw más la rigidez propia de la animación en flash, resaltan el contrapunto entre la lírica misma de las canciones y las acciones salvajes que vemos, por ejemplo, en la escena del rescate.
Pero quizás la que más alcances emocionales tiene es la última estrategia, a la que se recurre solo dos veces en toda la película: Primero en la introducción y luego en la fabulosa secuencia en que Sita salta al fuego. Esta animación tipo video-clip más la música original, este híbrido entre sonidos indios y modernos, exaltan la intensidad de los momentos que pasan tanto Sita como la propia autora cuando saltan al fuego por amor, todo sea por amor.
Y por supuesto, todo esto intercalado por la historia de rompimiento de Nina Paley, la autora, lo que también es una jugada riesgosa. Cuesta entender en un comienzo cuál es la necesidad de saltar de la India del siglo V antes de Cristo al San Francisco y el New York contemporáneo, y hasta molesta en algunos momentos. Pero todo confluye, con sobrecogedora honestidad por parte de Paley, en la secuencia del baile sobre el fuego. Muy reveladora es la imagen en la que vemos a estas dos versiones de Sita que se encuentran en el baile.

La muralla de occidente

Si bien, por un lado es un excelente experimento y una obra de belleza y originalidad, no podemos dejar de advertir que es una visión muy, pero muy sesgada de un mito fundacional, que la autora, a pesar de todas sus virtudes, acomodó para poder contar su propia historia. Lo peligroso de ésto es que no podemos limitar los alcances de éste que es uno de los poemas más importantes de toda una civilización, por mucho que en 85 minutos de película no se pueda contar todo. Desde cierto punto de vista, uno no puede evitar sentir que es una versión decafeinada para el público norteamericano.
Que no se malentienda, en 85 minutos es necesario acotar el relato y darle una perspectiva. Parte del valor de lo hecho por Paley es que hizo suya una historia escrita en una coordenadas espacio-temporales que nada tienen que ver con las nuestras. Pero no es de extrañar que los sectores más conservadores hayan intentado boicotear la película por considerarla irrespetuosa. Puede que sea una exageración, pero sí es cierto que los alcances del Ramayana son mucho mayores que los de Sita sings the Blues. Después de todo, es como si alguien intentara filmar el antiguo testamento.

La palabra de la mujer

Más de alguna vez me he visto en la interesante discusión sobre la existencia de una narrativa puramente femenina, sobre todo en el campo de lo audiovisual. Porque, es evidente, no son muchas las directoras de cine, y el relato cinematográfico industrial que más consumimos es, hay que decirlo, de una estructura absolutamente masculina.

Pero aquí hay un caso raro, que podríamos postular como exponente de la narrativa femenina en el cine. La diversidad de recursos narrativos y, a ratos, la disgreción en el relato pero sin perder el fondo, además de estas cinco estrategias de animación, la musicalización y, sobre todo, la inclusión extraña, pero efectiva, del testimonio de la propia autora, que con éste se apodera del poema, son estrategias que difícilmente tendrían cabida en un razonamiento más estructurado y esquemático, como lo es el masculino. La dispersión y la belleza, la búsqueda de lo estético, de aquello que es más eficiente para expresar aquello que yo siento, dejando en segundo o tercer plano de importancia su coherencia conceptual. Si no, no hay forma de explicar que Sita cante el blues de la Hanshaw, pero funciona. Comunica, transmite, logra su objetivo artístico.

Aunque podamos discutir los alcances del conjunto, Sita sings the Blues es una película que tiene momentos gloriosos, y que brilla precisamente por aquello en que flaquea; estas dispersiones y diversidades cansan, pero también la hacen una película difícil de repetir, y la convierten en un carnaval estético que es difícil de evadir, porque es muy atractivo en cada una de sus propuestas.
Además, es un relato para las mujeres - aunque sus implicancias pueden ser también universales - fruto de los sentimientos de solidaridad de género de su directora, quien probablemente no ha terminado aún de entender hasta dónde puede llegar su obra. Porque, la sutileza del final, cuando vemos a Vishnu cuidando de Lakshmi y no al revés, como vimos al principio, no solo es sesgar los alcances del poema original, si no también de la película misma. Porque, puede haber mucho de arquetipificación mítica, incluso en el Ramayana, pero todos, absolutamente todos, alguna vez nos sentimos como Sita, y solo queríamos cantar el Blues.


Sita sings the Blues
2009

Dirgida, escrita, producida y animada por: Nina Paley
Inspirada en el "Ramayana de Valmiki"
Reparto: Anne Hanshaw, Aseem Chhabra, Bhavana Nagulapally, Manish Acharya, Reena Shah, Debargo Sanyal
Música original: Todd Michaelsen


viernes, 17 de septiembre de 2010

Summer Wars

Lo mejor del cine es que es capaz de hacer confluir una serie de elementos tan dispersos y diversos en una sola línea y para el mismo (o los mismos) propósito(s). Mejor aún es cuando esos elementos, algunos de gran espesor conceptual, temático, antropológico, moral, social, se camuflan en el relato y pasan absolutamente desapercibidos. Y sin embargo siguen ahí, y siguen pesando lo mismo, y en los mejores casos, la historia y el relato se las ingenian para que ese fondo denso y espeso llegue de todas formas al espectador, sin que éste se de necesariamente cuenta.

Para no interrumpir esta seguidilla de cine oriental, "Summer Wars" es la segunda película del director japonés Mamoru Hosoda, a quien le han adjudicado el discutible epíteto del próximo Miyazaki. Sin embargo, con solo dos películas ya ha logrado convertirse en un autor para tener en cuenta.

Una de samurais

Como se puede ver en los dos afiches promocionales de la película, Summer Wars transcurre en dos mundos: El real y el virtual, aunque ambos están profundamente vinculados y todo lo que ocurre en uno tiene consecuencias en el otro. OZ es el "antojadizo" nombre de este mundo virtual, que es una especie de cruza entre Facebook e internet mismo, donde cada usuario se mueve con total libertad a través de un avatar, la representación virtual de cada persona, diseñada a la pinta de uno.

Y el otro mundo es el Japón en la actualidad, con todo lo que implica.

Nuestro héroe es Kenji, un chico cuya única habilidad es su talento innato para la matemáticas, que lo llevó a representar a su país en una competencia internacional. Como es de esperar, pasará el verano trabajando part-time en una pequeña habitación y frente al computador, en el enorme sistema de seguridad de OZ. Eso, hasta que Natsuki, la chica más linda del colegio, lo contrata para hacerse pasar por su novio por el fin de semana, en que se celebrará el cumpleaños 90 de su abuela. La cosa se pone realmente interesante cuando Kenji descubre que Natsuki es descendiente de una antigua familia de samurais, que por cierto es bastante amplia y donde las mujeres llevan las de mandar.

El conflicto empieza cuando, por error, ingenuidad o casualidad, Kenji permite que una Inteligencia Artificial absorba su avatar, y con él empiece a causar daño sistemático y grave en OZ - siempre repercutiendo en la vida real: interviniendo los semáforos, los sistemas de iluminación, alcantarillado, alarmas y cualquier cosa que esté conectada por red, lo que en Japón es prácticamente todo.
A priori, si uno junta estos dos elementos - dinastías samurai y ciencia-ficción informática - se podría pensar que nada bueno puede salir de esa cruza. Y sin embargo, Summer Wars se las ingenia para hacer confluir eso, precisamente cuidando de los énfasis con los que trata cada tema.
Como buen cine de género, el principal foco está puesto en la acción, en los personajes, en la empatía que pueden generar las urgencias, que cada vez son mayores, mientras el fondo permanece más bien en segundo plano, aunque haciendo permanentes y seductores guiños. En ese sentido, que la estructura argumental parezca cliché tiene más de una razón de ser. Que el protagonista sea un hijo de vecino inmerso en un mundo de nobles y antiguos samurais, que la matriarca le confíe el bien estar de su nieta-princesa y que el hijo pródigo-traidor sea el responsable del peligro que acecha a todos además del único capaz de reparar el daño son todos conflictos tipo en todas partes, pero muy comunes en las historias y leyendas propias de los japoneses, que adoran los cuentos de samurais. Dicho de otra forma, son historias arquetípicas, y bien aplicadas funcionan donde sean (de hecho, visto detenidamente, la estructura de la historia es muy similar a la de Kagemusha, del gran Akira Kurosawa).
Pero más allá de eso, lo interesante de Summer Wars es la confluencia apacible y casi invisible de estos dos mundos. Porque esta familia samurai debe enfrentarse a esta amenaza cibernética. Aunque suena descabellado, hay un truco en todo esto. Los miembros de la familia ya no son los míticos guerreros de sable y armadura; son bomberos, doctores, policías, pescadores, comerciantes, soldados... en fin, miembros comunes de la sociedad japonesa, aunque con los contactos que uno podría esperar de una familia bien posicionada. Pero siendo así, resultan mucho más accesibles a nuestra empatía y a nuestra capacidad de identificación, además porque son todos muy simpáticos. Lo que realmente los destaca es que, a pesar de todo, esta familia mantiene a toda costa su sentido del honor y del deber tradicional de los caballeros nipones; conservan intacto el espíritu y los valores de los samurai.
Esto es importantísimo a la hora de enfrentar a este nuevo enemigo, que amenaza con la estabilidad del mundo entero, pero que se trata de algo muy concreto y contingente: internet como una forma de alienación y la dependencia de nuestra sociedad de la tecnología. Es cierto que OZ aparece como un lugar muy amigable, lindo, tierno y divertido, donde además podemos plasmar una parte de nuestra personalidad, pero la paradoja es que todo el daño causado en este lugar que no existe, repercute en la vida real, causando daño ya no a los avatares virtuales de los usuarios, si no los cuerpos físicos de éstos. Y no podemos dejar de considerar que todo el conflicto nace de un experimento militar norteamericano; esto puede dar cabida a muchas interpretaciones, pero, aunque no hay una evidente demonización de internet ni de la tecnología, si da la sensación de que el mensaje llama a tomar conciencia de la ambigüedad de los mundos virtuales.
Por otro lado, el mensaje más potente que se puede extraer no es aleccionador sino moral. Como es común en las historias japonesas, el principal conflicto de fondo no es samurais vs internet, sino tradición vs modernidad. Este tema por sí solo da para un ensayo de gran extensión (que está en desarrollo en este momento), pero es lo que hay de fondo en la mayoría de los relatos contemporáneos del Japón, siendo este país quizás el principal productor de relatos del mundo, junto con Estados Unidos. La novedad de Summer Wars es que esta oposición se resuelve de forma amistosa; es posible convivir con la tradición y la modernidad, aunque ello requiera de un proceso traumático que permita reafirmar ciertos valores. Ahora, mientras la mayoría de las películas se tratan de ese proceso traumático, en Summer Wars eso parte resuelto, y lo siguiente es contar la historia de cómo el samurai contemporáneo se enfrenta a aquello que amenaza a la modernidad y no a la modernidad misma. Y por supuesto, la historia de Kenji es la historia del campesino que se convierte en guerrero y adquiere sus valores e ideales, historia que también ha sido contada mil veces y seguirá siéndolo.
Probablemente Summer Wars no sea una obra maestra, pero sí resulta una película muy interesante por lo temas que propone y también por otra razón mucho más simple, pero muy importante: es muy entretenida. Si bien es difícil catalogarla dentro de un género específico, su estructura argumental es de manual, al igual que la construcción de los personajes y el tratamiento que se les da - a todos; la tropa de personajes secundarios que resulta ser la familia de Natsuki, son todos encantadores y añorables, al punto de desear pertenecer a una clan como ese.
Con la reciente (y lamentable) muerte de Satoshi Kon y el eventual (y postergado) retiro del gran Hayao Miyazaki, podría ser perfectamente Mamoru Hosoda quien tome el testimonio y continúe la carrera. Aunque solo con dos películas en su autoría (dirigió también Digimon, pero no se podría decir que sea su "autor"), ambas dan para pensar en un futuro alentador, tanto por el tratamiento estético, los temas que propone de fondo y sobre todo por ese gustillo por la ciencia ficción y la cibernética, pero que no recurre a los mechas ni a los monstruos que tanto abundan en el manga y el animé japonés; Hasta ahora, Hosoda ha demostrado un gran amor por sus personajes y por su desarrollo, y en eso, hay que reconocer que se parece a Miyazaki. Y cómo no va a ser esperanzador.
Summer Wars


Japón
2009


Dirección: Mamoru Hosoda
Guión: Satoku Okudera
Estudio/Productora: Madhouse
Producción: Takuya Itô, Yuichiro Sato, Nozomu Takahashi, Takafumi Watanabe
Música Original: Akihiko Matsumoto
Edición: Shigeru Nishiyama

martes, 7 de septiembre de 2010

Tropical Malady

Es el director de moda, aunque a muchos nos cueste pronunciar o aprender su nombre. Apichatpong Weerasethakul saltó a la palestra del cine mundial hace un par de meses, cuando ganó, al parecer muy merecidamente, la preciada Palma de Oro del Festival de Cannes con su quinta película; "El tío Boonme que recuerda sus vidas pasadas".

Sin embargo, ya había dado señales de vida algunos años antes, siendo ya conocido en un círculo mucho más selecto; el de la crítica y los más, más cinéfilos. "Tropical Malady", su tercera película, ganó el Premio Especial del Jurado, también en Cannes, el año 2004, vaticinando la que hoy es la prolífica y esperanzadora carrera de uno de los directores bisagra entre la década que se va y la que comienza.

La Fiebre

"Tropical Malady" empieza de manera incómoda. En un campamento militar al interior de la jungla, los soldados descansan alrededor de una fogata, rodeados de los infinitos ruidos alrededor. De pronto, la cámara se queda con uno de ellos, quien, apoyado en un árbol, le coquetea declaradamente a la cámara, lanzando miradas furtivas al lente mientras los créditos iniciales aparecen a su lado.

Es una curiosa forma de establecer complicidad, pero también un anticipo de lo que vendrá. La jungla, la noche, el sudor y las miradas cómplices, todo cargado de erotismo pero sin ningún grado de explicitación. Como una forma de explicar el título - cuya traducción sería "enfermedad tropical" - sin hacerlo, la mirada "afiebrada" de este soldado nos introduce, de forma algo incómoda, en el que será su relato. O sus relatos.
Quizás la más particularidad más evidente de Tropical Malady es su singular estructura. Los primeros 52 minutos son el seguimiento, casi anecdótico y hasta anodino, del romance entre este soldado, Keng, y un joven citadino y ocioso de nombre Tong. Es una narración con un ritmo tedioso, en el que ambos muchachos se pasean con calma y con gozo, sin aparentes contratiempos ni mayores conflictos; la acción se narra como si fuera una simple charla. En pocas palabras, resulta algo aburrido.

Pero no por eso es carente de belleza. Todo lo contrario; tal como lo anunciaba la mirada cómplice de la introducción, es un relato absolutamente confabulante. Es precisamente en la falta de énfasis y en la escasa claridad sobre los propios personajes en donde se juega esa suerte de complicidad testimonial, en la que uno observa sin tapujos cada paso de una relación que puede, al mismo tiempo, ser pasajera y tremendamente transformadora. El que sea una relación homosexual pasa casi a segundo plano - dependería de las interpretaciones de cada uno - y se muestra con cuidadísimo pudor, tanto que la tendencia sexual de estos amantes no se confirma nunca. De hecho, en la escena del primer encuentro, Tong, el chico citadino, le coquetea a una muchacha con la misma soltura y ligereza de las miradas furtivas de Keng a la cámara. Y sin embargo, luego se va con él, aparentemente siguiendo un impulso carnal, una "enfermedad tropical".
El Tigre

Los dos amantes se separan - o al menos eso podemos entender. Sin ningún tipo de aviso, la pantalla se va a negro y aparece el dibujo rupestre de un tigre. Es en ese momento que vuelve a la memoria el texto inicial de la película, que habla de que todos somos "bestias salvajes, y la vida es aprender a controlar nuestros impulsos animales".

Así empieza la segunda historia, en la que Keng se propone dar caza al espíritu de un viejo chamán que se transforma en tigre, y que aterroriza hace años a una pequeña aldea.
El tigre se convierte en la obsesión de este soldado - que deja de ser Keng para transmutar su identidad en la de un cazador, lejos del impulsivo joven de la primera mitad. Se adentra a la jungla y pasa días en ella, a la merced de los espíritus que le advierten que el tigre no le perdonara la afrenta de querer darle caza.

Al interior de la selva cada plano parece tener un significado oculto, cada acción del soldado y cada palabra de los escasos diálogos con los espíritus parecen tener consecuencias que lo pondrán entre la vida y la muerte o en un límite incluso más peligroso. El mismo personaje gana en intensidad, alejándose de la banalidad y futilidad de la primera parte de la película.
Lo que en un principio sería una cacería, de a poco se va convirtiendo en una lucha por la supervivencia. La aparición del tigre le otorga más posibilidades interpretativas; cuando en su forma humana, desnuda y tatuada, corre de forma salvaje por la selva en secuencias extrañamente llenas de acción - tanto que pasa casi desapercibido que se trata de Sakda Kaewbuadee, el mismo actor que interpreta a Tong. Finalmente, llegada la noche, el encuentro entre el soldado y el tigre - un verdadero y hermoso tigre - se consuma en una escena magistral, en la que uno no termina de entender qué es lo que está sucediendo, pero cuya construcción poética reverbera tanto en los personajes como en el entorno y en el entorno, para dejar paso a todas y cada una de las interpretaciones posibles, que podrían fácilmente alcanzar el infinito.

La Poesía

Sería injusto - además de un grandísimo error - atribuirle un sentido unívoco a Tropical Malady. Primero porque el mismo director lo ha declarado abiertamente: "hay que respetar la imaginación del espectador", pero también por su arquitectura fílmica, basada en elementos tan simples como la luz, el sonido, el tiempo y la naturaleza y con escasas acciones y diálogos, consigue fundar un relato que se cuenta en lo intuitivo y no en lo racional. Incluso los momentos tediosos o banales consiguen crear una extraña poeticidad, y para qué decir los momentos sublimes al interior de la selva.
Es por eso que no hay que buscarle una lógica al extraño y desconcertante corte en medio de la película, ni intentar entender qué pasó. Es posible que cada quien piense que cada relato funcione por su cuenta o que alguien diga que uno funciona más que el otro, pero son, sin duda, los vasos comunicantes entre ambos cuentos los que los potencian, y es muy probable que el apoteósico final no alcance la exacerbación simbólica que logra sin los primeros latosos 52 minutos de película. De la misma forma, es posible que esos primeros minutos empiecen a cobrar sentido solo al final.

Lo interesante de Weerasethakul es que da la sensación, al ver su película, de que no tiene la intención de contar ningún cuento, si no de producir un cuento en cada uno de sus espectadores; de crear un recorrido budista a través de una experiencia ajena en la que los significados son tan difusos que depende casi exclusivamente de las intenciones de quien está frente a la pantalla, y no de quien está detrás.

Gracias al dios del cine, este director tailandés y educado en Estados Unidos ha perseverado en su idea de no querer hacer cine comercial, avalado por la pésima recepción que han tenido sus películas en la crítica más palomitera. Pero por algo se ha convertido en el regalón de Cannes (ha ganado tres premios en tres participaciones) y ha deslumbrado al público más selecto (Quentin Tarantino entre ellos, presidente del jurado que premió Tropical Malady).

Y por supuesto, ahora se abre el misterio; con solo 5 películas y 40 años recién cumplidos, ¿qué nos mostrará Weerasethakul en el futuro? Con algo de fortuna, muy grandes cosas.


Tropical Malady

Tailandia
2004

Dirección y Guión: Apichatpong Weerasethakul
Reparto: Banloi Lomnoi, Sakda Kaewbuadee
Producción: Charles De Meaux
Fotografía: Jarin Pengpanitch, Vichit Panapanitch, Jean-Louis Vialard
Edición: Lee Chatametikool, Jacopo Quadri

Galardones: Premio del Jurado, Festival de Cannes 2004; Premio Especial del Jurado, Festival de Indianápolis 2005; Premio de la Crítica, Festival de Sao Paulo 2004; Mejor Película, Festival de Cine Gay y Lésbico de Torino 2005.

jueves, 8 de julio de 2010

Gojira: el rey de los monstruos



Gojira, o más conocido como Godzilla en su traducción al ingles, es uno de los íconos de la cultura japonesa pop más celebres en occidente, ha protagonizado veintiocho películas y un remake en estados unidos. Su fama es tal que incluso aquellas personas que no han visto jamás uno de sus films saben de quien se habla y como luce, y es que su importancia radica no solo en ser un hombre disfrazado de dinosaurio gigante y en como aplasta maquetas que simulan ciudades, su importancia para Japón es el vivo recuerdo del más grande dolor que cargan, la bomba atómica.

Antes de la catástrofe, Japón estaba sumergido en una fiebre nacionalista, la cual era alimentada por propaganda militar que confirmaba una victoria segura, pero también elevaba al pueblo nipón como una raza de elegidos. En un comienzo los japoneses ganaron muchas batallas, pero a medida que avanzaba la guerra las cosas comenzaron a cambiar. Estados Unidos de América ganó la batalla de Midway, luego continúo con la isla de Saipán, seguido de la campaña de Filipinas (1941-1942) en la que Japón obtuvo la victoria hasta la vuelta de los Norteamericanos el veinte de octubre de 1944; y por último con la batalla de Okinawa o “operación iceberg” en donde los Estados Unidos colocaría una base aérea. Tras un sangriento historial de lucha en el cual hasta los niños y las mujeres defendían su país, USA lanzó una bomba nuclear en Hiroshima matando a 140.000 personas. Tras esto Japón se negó a rendirse y fue lanzada la segunda Bomba en Nagasaki, dejando 80.000 muertos. Japón debió rendirse con su orgullo hecho añicos y entregarse a manos de Estados Unidos. ¿Cómo Japón podría afrentar su dolor?, desde ese momento comenzó a nacer el verdadero Gojira, el verdadero monstruo, el fantasma de la bomba nuclear.

Gojira se estreno en 1954, siendo la reencarnación perfecta de la bomba y sus consecuencias. Las características del monstruo se basaron en la bomba, el mismo director Hishiro Honda dijo “Gojira debe ser como la bomba nuclear en el aire, imparable”; gracias a esto el rey de los monstruos adquirió su aliento nuclear, su gran tamaño e inmunidad a las armas de fuego. A pesar de que la idea inicial no se vinculaba con la bomba, a medida que se comenzaba a gestar el film y el guión se dieron cuenta que el verdadero génesis del monstruo fue involuntariamente la reencarnación de esta, así fue como todo el argumento y simbolismos giran en torno a ello. A medida que transcurren los años el génesis de Godzilla fue dejado de lado, pero no olvidado; el año 2004 Gojira estrenó su última película titulada “Godzilla Final Wars”, en la que un niño le pregunta a su abuelo “¿Por qué Godzilla es tan malo con los hombres?”, el abuelo le responde “hace mucho tiempo los hombres hicieron un gran mal y de el nació un gigantesco fuego que se elevó hasta los cielos, Godzilla nació de ese horror y nos quiere hacer pagar”.

Los japoneses dicen haber dejado atrás lo sucedido, y en cierta forma es verdad ya que en todo el film jamás se menciona a la bomba, a Estados Unidos o a la segunda guerra mundial, astutamente la crítica va por otro lado, va dirigida al concepto de arma de destrucción masiva. En la trama del primer film Godzilla es imparable, para detenerlo se le pide al Doctor Serizawa utilizar su invento llamado “oxygen destroyer” el cual descompone y destruye todo ser viviente que esté en contacto con el agua dentro de un gigantesco radio. A pesar del horrible invento de Serizawa el personaje sigue siendo humano, no es culpado y mostrado como un monstruo. Tras aceptar utilizar su nueva arma de destrucción masiva decide quemar sus escritos y se suicida al momento de usar el invento, muriendo bajo el agua; todo un héroe pero, su sacrificio fue en vano ya que a pesar de todo Godzilla no muere, se regenera.


Hay tres generaciones de films de Godzilla, en cada una hay un génesis distinto del monstruo. En la primera (Generación Showa) es un dinosaurio gigantesco que fue despertado y mutado por una seria de pruebas nucleares en un archipiélago cercano a Japón, en la segunda (Generación Heisei) fue la mutación de un animal ficticio llamado Godzillasaurio, en el cual me detendré para hablar sobre el film “Godzilla Vs King Ghidorah de 1991, la historia es simple; el año 1992 los habitantes de Japón reciben una nave espacial en donde traen dentro a los habitantes de la tierra del año 2204, ellos proponen la destrucción de Godzilla en su momento de origen y viajan a la época de la segunda guerra mundial para acabar con el Godzillasaurio (un dinosaurio ficticio que vivió contemporáneamente a los humanos) El dinosaurio sale muy mal herido tras ayudar a los japoneses en una batalla contra los Norteamericanos, pero aun así logra vencerlos. Tras el enfrentamiento los japoneses siguen al animal a su lecho de muerte para agradecerle, pero lo dejan desangrándose diciendo que no lo pueden ayudar, el odio del dinosaurio encontrará la forma de mutar gracias a la bomba para luego volverse un Godzilla aun más peligroso. El mensaje resulta por primera vez evidente, y a los japoneses no les agradó mucho el film por su frontalidad, irónicamente es el film que más les gusta a los Estadounidenses fanáticos del rey de los monstruos.

Japón logró salir adelante gracias a USA, Pero a pesar de decir que todo está olvidado, los japoneses son un país con una herida muy grande, la cual debe cargar a pesar de su gran desarrollo económico; su cultura se vio pasada a llevar notablemente y su orgullo aun no se repone; tal vez es por eso que Godzilla volverá el 2012 a manos de Legendary pictures, pero dejará Tokio para atacar ahora a su creador, los Estados unidos de América. ¿será la venganza de los nipones?.




martes, 6 de julio de 2010

25º Aniversario de "Volver al Futuro"

El pasado 3 de julio se cumplieron 25 años del estreno de "Back to the Future", la primera parte de una trilogía que se ha convertido en un clásico. Cuando decimos que es el tiempo el encargado de tasar el valor real del arte, nos referimos a esto. Sí, puede que el valor "artístico" de esta saga sea altamente discutible - lo que nos llevaría, una vez más, a una larga y trasnochada tertulia sobre "qué es arte", que hoy no vale la pena. Pero mucho menos rebatibles son sus implicancias estéticas, que dejaron legado y se asentaron cómodamente en la memoria de varias generaciones que la vieron en el cine y luego en sucesivas repeticiones en televisión abierta, tanto así, que algunos nos acordamos más de las versiones dobladas que en su idioma original.

La Nueva Generación

Comenzaba la década de los 80 y con ella se venía una nueva camada de directores en Hollywood, que años después se convertirían en los regalones de la industria. Mientras en la década anterior, la generación de Scorsese y Ford Coppola daba mucho que hablar con su cine "independiente" y más lejano de los valores clásicos de la industria hollywoodense - aunque igualmente exitosos dentro de ella - el cambio de folio traía consigo a Steven Spielberg, James Cameron, George Lucas y Robert Zemeckis, entre otros, todos ellos con el ánimo de inventarlo todo de nuevo y con muchas ganas de llegar al gran, gran público. En otras palabras, venían a hacer cine de entretenimiento.

Zemeckis había hecho un par de películas en los últimos diez años, ninguna con mucho éxito - ni de mucha calidad. Luego de un trajín bastante irregular, en 1984 consiguió que el ya consagrado Spielberg, siempre con mucho ojo para los taquillazos, le produjera "Back to the Future", por 19 millones de dólares, lo que no era exactamente una apuesta riesgosa. Sin embargo, fue rentable; tras un tremendo éxito de taquilla la película terminó ganando 210 millones.

Ese fue el despegue de Zemeckis, cuya siguiente película sería la también clásica "¿Quién engañó a Roger Rabbit?" (1988) y la seguidilla de "Back to the Future", que se convirtió en una trilogía, a pesar de que nadie tenía la idea en mente cuando se estrenó la primera parte.

La moda

Hay cosas en "Back to the Future", en las tres, que nos saltan al ojo de forma automática, y que recordamos instantáneamente cuando nos la mencionan. El Delorean es el ejemplo más claro. Todos soñamos con ese auto cuando chicos - y algunos siguen hasta hoy - y grande fue la decepción cuando nos enteramos de que, en la vida real, fue un fiasco de mercado. Pero no importa, igual queremos uno.

El airboard que aparece en la segunda película también se hizo muy famoso, como las zapatillas Nike futuristas que el hijo de Marty McFly utiliza en esa misma película; fue tanta la demanda de los consumidores por ellas que la empresa se vio obligada a hacer una edición especial, a un precio acorde.

Pero lo de verdad inolvidable no es la mercadotecnia, claro está.

El Guión

Linda Seger, una de las correctoras y estudiosas de guión más reputadas de la industria ha definido el de la primera parte de "Back to the Future" como algo que "no hay que tocarlo, es perfecto".

Nada que hacerle; camina solo. Tiene todas las virtudes que un guión dramático puede tener. Lo escrito en conjunto por Bob Gale y el mismo Zemeckis es una obra de arte de la causalidad y la fatalidad de la tragedia, y muy pocas veces había sido tan bien retratada la angustia de la lucha con el tiempo. Es cosa de ver el clímax, analizarlo, estudiarlo, desmenuzarlos como un rompecabezas para darse cuenta de que cada pieza está exactamente donde debería, y que todo lo demás se cae si falta un solo tornillo.

Mención aparte, sus personajes. Ni Michael J. Fox ni Chritopher Lloyd volvieron nunca a tener papeles tan trascendentes en su carrera. Les pasó lo que a muchos actores que pasan a la inmortalidad con un personaje icónico. Marty McFly y Emmett Brown son, de alguna forma, mucho más de lo que llegaron a ser los actores que los encarnaron.

El Tiempo

... es la medida de todas las cosas. Y paradójicamente, es el ingrediente clave de esta película, porque ha sido catalogada con el dudoso título de la mejor película sobre viajes en el tiempo de toda la historia, pero también porque hace uso preciso de aquel viejo principio de la carrera contra el tiempo que todo buen suspenso requiere. El jugar con un deadline, y evidenciar que eso que todos hemos dicho alguna vez de querer adivinar el futuro no es más que una fatalidad que difícilmente nos traerá nada bueno, son parte de esa angustia tan efectiva puesta en funcionamiento en este guión, y felizmente, en esta película.

Hace 25 años, el día del estreno, Zemeckis nunca pensó en hacer una trilogía. Mucho menos que su película superaría la categoría de "de culto" para convertirse en un clásico del entretenimiento. Es una pena que el director se haya perdido con los años y que luego de "Forrest Gump" (1994) y "Cast Away" (2000) esté perdiendo el tiempo con sus animaciones tecnologizadas en "Beowulf", "The Polar Express" y la reciente "Christmas Carol" - y un próximo remake de "The Yellow Submarine", junten miedo. El tiempo de las grandes obras de entretenimiento, con guiones ágiles y con suspenso quedó atrás. Lo más probable es que en diez años más, cuando celebremos los 35 años de "Back to the Future", nos acordemos más de Marty McFly y de Roger Rabbit que toda la obra posterior.

martes, 6 de abril de 2010

"Cómo entrenar a tu Dragón"

Es, lejos, la película más sorprendente que me he topado en este último rato. Simplemente porque es mucho más de lo que nos habían dicho que sería. Es decir, uno espera grandes cosas de PIXAR, siempre, y esta película de Dreamworks apenas contó con la difusión normal de una cinta para niños. Siendo que es mucho más, tanto como para superar, por ejemplo, la narración de la multi-mega elogiada "Avatar".


Lección 1: Ama a tu dragón.


No, no mencioné "Avatar" porque sí. Hay muchos puntos en común entre ambas películas, la mayoría mejor resueltos por los vikingos que pos los na'vi.


Una vez más, una película de animación gira en torno al contingente tema del calentamiento global y de la ecología, argumentando la urgente necesidad de reconectarnos con la naturaleza. Las diferencias, "Como entrenar a tu Dragón" lo hace de forma tan didáctica y entretenida que es irresistible, y sin hacer el alarde fatalista de que el mundo se va a acabar. Simplemente, propone una mejor alternativa a nuestro actual estilo de vida, el cual no nos ha llevado muy lejos.


Nuestro joven protagonista, Hipo (literalmente, Hiccup, en inglés) es un personaje que parte sin grandes pretensiones: ser el mayor asesino de dragones de la historia y conseguir una novia, objetivos que se plantea más por exigencias del medio que por sus propios deseos. Sin embargo, lo que lo diferencia del resto es que piensa y se esfuerza por entender el mundo de cierta manera que lo lleva a ser rechazado por sus iguales, los grandes, rudos y violentos vikingos, que más que vivir, sobreviven, siempre enfrentándose al mundo.
Del otro lado, los dragones son los representantes del mundo, de lo salvaje y de lo desconocido - y de muchas otras cosas, si consulta a su mitología favorita - que debe ser arrasado para garantizar la preservación de este pequeño, pero soberano pueblito vikingo.


Esta dialéctica es a prueba de fallos, y como en "Romeo y Julieta", un miembro de cada se tropieza con otro, volviéndose cada uno necesario para la subsistencia del otro y, finalmente, para la de todos los demás.


Es interesante que sean dragones y no otra criatura. Como nota curiosa, en todas las mitologías occidentales, los dragones y serpientes representan la perdición (ver la manzana de Eva o San Jorge y el Dragón) mientras que en oriente es la representación mística del equilibrio entre la naturaleza y el ser. ¿No será que, por fin, nos estamos acercando a nuestros hermanos de oriente?


Lección 2: Cuéntale un cuento.


Como suele ser, la gran virtud de una película está en el cuento y cómo se cuenta, y no tanto en los alardes técnicos. Y de vez en cuando, aparece una joyita equilibrada como ésta.


La reciente "Avatar" era una saturación de efectos especiales de desbordante belleza, con una historia buena, pero sin grandes alcances. Principalmente por los grandes esfuerzos que hace la película por ser evidente, hasta obvia, en su mensaje. Muchas veces la insistencia termina por quitarle valor al propósito, como cuando decimos una palabra una y otra vez, hasta que pierde significado.


"Como entrenar a tu dragón", en cambio, si bien es de una tremenda belleza técnica (el vuelo entre los acantilados no tiene nada que envidiarle a las islas flotantes de Pandora), no se atosiga a sí misma de su propia riqueza estética, mantiene los tonos en lo justo y necesario, y se preocupa más de contar su cuento que de lavarnos el cerebro. Por lo mismo, es mucho más eficiente en lo segundo.
Es que nadie puede hacer un personaje tan querible como el dragón Chimuelo (el desafortunado nombre según la traducción). Por otro lado, es muy fácil identificarse con Hipo, hijo del padre modelo, una figura autoritaria que guía a su pueblo a una pelea que es la única forma de garantizar la supervivencia, un personaje con un discurso muy similar al de cierto ex-presidente norteamericano, pero menos obvio y más querible que el antagonista de "Avatar", otra alusión al George W.

Lección 3: Olvide todo lo que sabe.


El instinto, lo básico, lo primordial es más importante que la técnica y las fórmulas conocidas hasta ahora. El mundo ha cambiado y de repente hace falta hacer una revisión sobre lo que creemos saber, sobre como creemos que es el mundo en que vivimos. Mucho de eso hay en "Como entrenar a tu Dragón" y no solo un cambio de conducta producto de las circunstancias (que es lo que propone "Avatar"). Es un cambio del conocimiento, y sugerir que, en una de esas, todo lo que sabemos está mal.


Y no queda otra que entrenar a nuestros propios dragones, sean nuestra perdición o nuestro equilibrio.


How to train your dragon
2010

Dirección y guión: Dean DeBlois, Chris Sanders
Basado en el libro del mismo título, por Cressida Cowell
Dirección de Arte: Pierre-Olivier Vincent
Música: John Powell
Edición: Maryann Brandon, Darren T. Holmes
Producción: Bonnie Arnold

Mad Hatter Films
Dreamworks

EEUU

jueves, 25 de febrero de 2010

Oscar 2010: "The Hurt Locker";


"Vivir al Límite", como se llama por estos lados, es la gran sorpresa de esta edición de los premiso Oscar. Y de sorpresa, pasó rápidamente a convertirse en favorita, incluso por sobre la ya taquillerísima "Avatar", que ha ido cediendo votos por su epidérmico contenido, en favor de todo el mensaje, la reflexión y la crudeza de este retrato de guerra dirgido por una mujer - la ex de James Cameron, el mismísimo director de "Avatar", para quienes gustan de los datos rosas.

Quizás sea la perspectiva de una directora como Kathryn Bigelow lo que otorga tanta potencia a esta película. La mirada femenina sobre los hombres en sus momentos de mayor fragilidad y tensión, los desnuda emocionalmente al ponerlos en el ya conocido frente de batalla, y lo entrega a la fatalidad pasándoles una bomba.

Descrita por algunos como la "Apocalipsis Ahora" de Irak, "The Hurt Locker" narra el nivel de adicción que produce la guerra, a través de los despliegues de adrenalina de un escuadrón neutralizador de bombas en Bagdad. Es cosa de imaginarse la situación: enfrentarse constantemente a una bomba, con distintos tipos de mecanismos, rodeado siempre de gente que pone en peligro su vida solo por estar cerca y que ponen, sabiéndolo o no, su sobrevivencia en las manos de un soldado que en ese momento, a pesar de la angustia, siente una sobredosis de placer adrenalínico.

No hay ni hacen falta discursos políticos ni religiosos. Ni siquiera es una película declaradamente antibélica. Más bien se dedica a exponer la naturaleza masculina de la guerra y a reflexionar sobre la necesidad endógena de la misma. Quizás el único momento en el que se delata a sí misma es cuando uno de los protagonistas declara, desde la desesperación, que los soldados norteamericanos están ahí porque son necesitados ahí.
A mucha gente le resulta curioso que sea una mujer la que dirija una película de guerra. No lo es tanto si nos ponemos a escudriñar en lo que nos quiere decir. Sin embargo, toda película es más o menos política, y ésta no es la excepción. Si por un lado se opone abiertamente al conflicto en Irak y está a favor de que regresen los soldados y de un intervencionismo pacífico en Irak, lo hace porque los pobres iraquíes son un peligro para sí mismos. La visión norteamericanista no desaparece y es una constante.

Todas estas razones son claros argumentos a favor en su carrera por los Oscar. La Academia, si bien tiene un perfil apolítico, siente la necesidad de manifestar su opinión a través de las películas que premia. Pero siempre evita aquellas demasiado obvias en sus planteamientos. "The Hurt Locker" es ideal, porque está tremendamente bien hecha y tiene una enorme calidad narrativa - la cámara realista que acompaña a los personajes no esconde un detalle de lo que ellos ven, lo que da crudeza y emoción, el montaje es tenso y acompaña el pulso de los personajes, por dar algunos ejemplos - y al mismo tiempo se manifiesta sobre un tema de gran importancia para los estadounidenses, sin vestirse de ningún color político.
Ya ganó seis premiso BAFTA, siendo ese su mejor apronte a las 9 categorías por las que competirá el próximo 7 de marzo - Mejor Película, Mejor Dirección, Mejor Fotografía, Mejor Edición, Mejor Guión Original, Mejor Actor (Jeremy Renner), Mejor Banda Sonora Original, Mejor Mezcla de Sonido y Mejor Edición de Sonido.

No cabe ninguna duda de que, por mucho que haya 10 nominados, la competencia será entre los ex-esposos James Cameron y Kathryn Bigelow y todos los ojos estarán sobre ellos. Compiten es las mismas categorías - salvo en "Avatar" va por Mejores Efectos Visuales y "The Hurt Locker" por Mejor Guión Original - y en todas la pelea se ve reñida. Cabe esperar a que tengamos una ceremonia muy, muy entretenida.
"The Hurt Locker"
2008

Dirección Kathryn Bigelow
Producción Kathryn Bigelow, Mark Boal, Nicolas Chartier, Greg Shapiro
Guión Mark Boal
Reparto Jeremy Renner, Anthony Mackie, Brian Geraghty, Guy Pierce, Ralph Fiennes, David Morse, Evangeline Lilly, Christian Camargo
Música Original Marco Beltrami, Buck Sanders
Fotografía Barry Ackroyd
Edición Chris Innis, Bob Murawski
Dirección de Arte David Bryan

Estados Unidos