El otro día, paseando la mirada por la nutrida colección de dvds de un amigo, buscando cuales pedirle prestados, de pronto exclamé "¡Oh! Tienes "Las Zapatillas Rojas", de Michael Powell y Emeric Pressburger. Y original más encima". La tomé en mis manos y le dije que me la llevaba inmediatamente, que hace rato que la andaba buscando. Él me respondió "Bueno. La verdad es que no la he visto. Me dijeron que era un ballet".
Una semana más tarde, después de haberla visto, le escribí un e-mail diciéndole, en buen chileno, "Weón". La moraleja: chicos, no se dejen llevar por prejuicios tan baratos como "es que es un ballet", "una ópera", "una tragedia griega", "una obra de shakespeare" o un lo que sea. Es muy malo prejuiciarse antes de ver una película. Es más, cinéfilos y estudiantes de cine, el que sea un ballet, como en este caso, le da más buenos argumentos a esta bellísima película, que no debieran dejar de ver.
Filmada en 1946, muchas veces ha sido calíficada erroneamente, en mi opinión, como un musical. Es una tragedia, como todo buen cuento de Hans Christian Andersen. Inpirada en el relato del mismo nombre del reconocido autor danés, la historia se teje al interior de la prestigiosa compañía de ballet Lermontov cuyo tiránico director (Anton Walbrook) descubre dos jóvenes talentos: la bailarina Vicky Page (Moira Shearer, magnífica y hermosa) y el compositor Julien Craster. Basado en el talento de ambos, Lermontov decide montar un ballet llamado Las Zapatillas Rojas, basado en el cuento de Andersen.
Esa es la sinopsis a grandes rasgos. Sin embargo, la potente virtud del guión de Pressburger es el tejido meta-narrativo de la película, en la que ambas historias - el cuento de Andersen y la película en sí - se mezclan de forma impactante, trágica y efectiva. Así que, no es un ballet, es una tragedia y de las buenas.
La comunión de las artes
¿Pero, qué tiene que ver el ballet con el cine? Pues mucho. El Cine, como lenguaje, tiene un elemento común con la danza, que lo hace tan cautivante y remite al origen mismo de la vida: el movimiento. Tanto el cine como la danza se mueven, y es ese movimiento rítmico y armónico el que le hace frente a la muerte, que no es otra que la falta de movimiento. Más fácil aún: los vivos nos movemos, los muertos no.
Pero no solo se trata de eso. Las Zapatillas Rojas es un ejemplo perfecto de una de las grandes virtudes del séptimo arte: es el lugar donde hacen comunión todas las otras artes, y se potencian ante las posibilidades de un nuevo lenguaje. Eso ocurre, muy felizmente, en esta película.
Porque no solo es un ballet, esa expresión refinada y a menudo cursi a la que la mayoría de la población no estamos acostumbrados. Es el ballet hecho cine, beneficiado por el brillante uso del montaje, la fotografía, la puesta en escena, la escala de planos, iluminiación y movimientos de cámara, logrando algo que es imposible conseguir sobre un escenario.
Claro que, para lograr esto, es necesario ser consciente de lo que se está haciendo. No por nada Powell decidió usar bailares que podían actuar en lugar de actores que podían bailar, como ocurre en el musical más tradicional. No solo eso, además del relevante rol de la Shearer y de los bailarines Leonide Massine y Robert Helpmann - todos bailarines profesionales que ayudaron a construir las coreografías sobre la esplendida música de Brian Easdale, interpretada por la Royal Philarmonic Orchestra.
Otro dato interesante. El director de fotografía, Jack Cardiff - uno de los maestros del technicolor - diseñó una cámara especial que le permitía cambiar la velocidad de filmación mientras rodaba, lo que le ayudó a producir la sensación de volatilidad en los bailarines, que permanecían más tiempo en el aire y saltaban más alto.
Como se puede observar, la ides es poner el cine al servicio de las otras artes, y si todo funciona bien, el gran ganador no puede ser otro que el cine mismo que se enriquece de esa experiencia colectiva y estética.
Redención británica
Es verdad que el cine británico ha sido visto generalmente como un cine menor. Sin embargo de vez en cuando tiene retazos, obras maestras que merecen una reivinidicación en la historia. Como ya dije, Las Zapatillas Rojas fue estrenada en 1948, plena post-guerra, antes de que en Estados Unidos el género musical se perfeccionara en virtud del lenguaje cinematográfico. Es más, el gran éxito que tuvo esta película en el competitivo mercado americano la convierte en un más que posible antecedente de obras tan importantes como Singin' in the Rain, cuando el musical abandona las tortas de merengue para convertirse en una verdadera expresión artística.
Como siempre, el gran cine es aquel que sabe romper las propias convenciones, como lo hacen Powell y Pressburger al asumir el inefable riesgo de querer unir ballet y cine. Más de un año le costó a Powell convencer a Moira Shearer de hacer el papel de Vicky. Ella se negaba porque no quería poner en riesgo su carrera como bailarina y porque había descubierto que ninguno de los dos directores sabía nada de ballet.
También tomó trabajo convencer a Cardiff, quien simplemente no tenía ganas de filmar ballet, pero que terminó haciéndo un notable trabajo. Y mucha gente le advirtió a Powell de lo arriesgado que resultaba poner una secuencia de 17 minutos de baile en medio de la película, y no en el clímax, como dictan las convenciones. Sin embargo lo hizo, y no solo le quedó de las mil maravillas, además logró hacerla funcionar con el resto del filme.
En resumen, puede que me haya dejado llevar porque sí me gustó y mucho está película. Powell va camino a convertirse en uno de mis directores favoritos. Pero, sobre todo a los jóvenes estudiantes de cine, no se pueden dejar de lado las dos grandes virtudes de Las Zapatillas Rojas: la meta-narración y la comunión del cine y el ballet. Solo por eso merece entrar en la lista de las películas que merece la pena estudiar. Además, es una cinta sin puntos bajos, muy entretenida y plásticamente muy bella, que valdría más de un par de elogios a la dirección de arte.
Y lo vuelvo a repetir. No se dejen intimidar nunca por un ballet, una ópera o lo que sea. Es lo peor que pueden hacer. Si queremos hacer cine, bien tenemos que asumir, conocer y experimentar con las potencialidades de este hermoso lenguaje. Y lo peor que podemos hacer es caer en la desidia de la ignorancia y los prejuicios. Por eso también, vale mucho la pena ver Las Zapatillas Rojas, que es un ballet bien bonito.
The Red Shoes
1948, Reino Unido
Dirección y Producción: Michael Powell & Emeric Pressburger
Guión: Emeric Pressburger, basado en el cuento de Hans Christian Andersen
Reparto: Anton Walbrook, Moira Shearer, Marius Goring, Leonide Massine, Robert Helpmann
Fotografía: Jack Cardiff
Edición: Reginald Mills
Música: Brian Easdale, interpretada por la Royal Philarmonic Orchestra
Dirección de arte: Arthur Lawson
A mi me pasó que por un tiempo pensé que lo esencialmente característico del cine era el montaje, viéndolo como el arte de reordenar un espacio (encuadres) y un tiempo (planos) de forma toa maestra para hacer una ficción que deje loco a alguien. Pero si lo pienso bien, todas las artes son eso. La imagen no es el único hibrido de espacio-temporalidad en el mundo, también esta, por ejemplo, el cuerpo. Y si bien el baile no tiene ni encuadres ni planos, a mi me parece que si tiene la esencia del montaje (o de lo que yo entiendo por montaje) que tiene que ver con un uso estético (o antiestético) del ritmo.
ResponderEliminarMe parece que es una cosa complicada querer dar las mismas explicaciones a todas las artes, porque hay lenguajes tan diferentes… Pero nosotros somos siempre los mismos, los que vemos una obra de arte y nos conmovemos, así que tienen que haber puntos de encuentro. Y es todo bacan encontrarlos.
Voy a ver esta película de todas maneras *o*. Saluudos!!
Bien weon tu amigo jajajaja
ResponderEliminarJuan Eduardo