martes, 3 de febrero de 2009

El Último Hombre

O "La Última Carcajada" o simplemente "El último". Es la primera película muda de esta especial selección de obras maestras de la historia del cine.

Y digo muda porque es, con total y absoluta elegancia, carente de casi toda palabra, relegando el uso de intertítulos que caracteriza al cine pre-sonoro. Friedrich Wilhelm Murnau - acaso uno de los mayores directores alemanes de la historia - construye una narración que funciona como relojito, recurriendo a las gramáticas propias del buen cine: encuadres, movimientos de cámara, notables actuaciones y notable dirección artística.

Sin embargo, hay que tener en cuenta que la industria siempre le termina dando el crédito a los directores. No es que no se los merezca, pero tampoco hay que desconocer al resto del equipo detrás de una película. Y muchas veces, si uno explora los nombres relegados a segundo plano, se da cuenta de que las grandes obras maestras del cine corresponden a grandes equipos, y no solo a un gran director.

Y este es uno de esos casos notables. Además de Murnau, el resto del equipo son todos villanos conocidos. No hace falta decir mucho para rescatar el nombre de Emil Jannings, en el papel de su vida, junto al de "Der Blaue Engel". Guión de Carl Mayer, prolífico escritor que salto a la posteridad con "Das cabinet des Dr. Caligari" y que después haría para Murnau "Her Tartüff" y "Sunrise", la última ya en Estados Unidos. Fotografía de Karl Freund, uno de los fundadores del importante rol del director de cinematografía, que en esta película inventó el steady-cam y que fue parte de una gran cantidad de importantes filmes alemanes de la época, como "Das cabinet des Dr. Caligari", "Der Golem", "Berlin: Die Symphonie der Grosstadt", "Die Spinnen" y "Metropolis" de Fritz Lang, además de volver a trabajar con Muranu en "Her Tartüff", para luego emigrar a Estados Unidos y trabajar en "All quiet in the western front" y dirigir clásicos del cine de terror como "Dracula" y "The Mummy". Erich Pommer fue, sin duda alguna, el más importante productor de cine alemán y probablemente del mundo. De sus gestiones vimos nacer "Caligari", "Der Blaue Engel" y la mayoría de las películas de Fritz Lang y Murnau, además de haber trabajado con Carl Theodor Dreyer y ALfred Hithcock. Por último, la imponente dirección de arte estuvo a cargo de Walter Röhrig, uno de los nacidos en "Caligari" y que después siguió trabajando con Murnau en sus ya mencionadas "Her Tartüff" y "Faust".
De todos ellos, probablemente el más reconocido, además de Murnau, fue Emil Jannings. No es casual esto. Esta tremenda y efectiva narración está construida en base a dos elementos fundamentales, que son el tratamiento y las posibilidades de la cámara - en lo que tiene mucho que ver Karl Freund - y la sobresaliente actuación de Jannings, que hereda muchas virtudes de expresionismo alemán y los pone al servicio de esta narración, que es más una metáfora social que un cuento de terror, más propio del expresionismo.

Murnau surge de la reconocida escuela del expresionimo alemán, y que se caracterizó por la distorsionada riqueza expresiva de los elementos plásticos, las sobrecargadas actuaciones y las historias de corte fantástico. Sin embargo, en esta película, Murnau se acerca también al kammerspielfilm, un pseudo-género más vinculado al testimonio social y realista de la Alemania de entreguerras. Pero solo se acerca. Uno de los debates más polémicos y prolongados - hasta hoy - sobre "El Último" tiene que ver con su calificación genérica, si es expresionimo o kammerspiel. En mi opinión, logra lo que toda gran película. Trasciende los géneros, rompiendo sus propias reglas, y explota de forma soberbia los mejores elementos de ambos estilos, dándole una importante riqueza subjetiva a una narración testimonial sobre la decadencia de una sociedad. Y esto lo logra tanto en el aspecto narrativo como en el cinematográfico, otorgándonos momentos inolvidables como la secuencia del sueño o la alucinación del edificio cayendo.

Podría ser que la historia resultase algo anacrónica, por lo que no todo el mundo sea capaz de mantenerse entretenido viendo está película. Pero hay que darle al César lo que es del César. Es innegable el valor plástico y retórico, como los significativos aportes al desarrollo de un lenguaje propiamente cinematográfico. Hay un antes y un después de "El Último", y eso trasciende cualquier gusto posible. Y uno, como cinéfilo, tiene que saber reconocer eso. Así que, queridos estudiantes de cine, vean si son capaces de hacer una película absolutamente muda y sin intertítulos que funcione tan bien como esta. De hecho, no es una mala idea para un examen de taller.
La mayoría de edad del cine.

1925 es el año en el que el cine alcanza definitivamente su mayoría de edad. Ya daba señales de querer hacerlo diez años antes, con las primeras ideas sobre el montaje de D.W. Griffith, en Estados Unidos. Pero es una especie de alineación cósmica internacional cuando, con la aparición de tres obras de grueso calibre podemos decir que el cine se ha consagrado como un arte en sí mismo y no, como postulaban algunos puristas, en especial los franceses, una aberración que parasitaba de las otras artes. "Der letzte mann" de Murnau en Alemania, "The Gold Rush" de Chaplin en Estados Unidos y "Bronenosets Potyomkin" de Sergei Eisenstein en la Unión Soviética - más "El Húsar de la muerte" de Pedro Sienna en Chile" - señalan que, en todo el mundo, el cine ha desarrollado sus propias herramientas retóricas y plásticas, que son auténticas e inimitables por cualquier otro arte. Y lo más importante, el cine es capaz de crear verdaderas obras maestras, de innegable valor estético y artístico.

Ya no es el juguetito Lumière que servía para retratar la realidad. A partir de ese año, solo queda seguir perfeccionando las técnicas y explotarlas al máximo, y reflexionar sobre el tremendo potencial de este arte, que ya ha encontrado sus tres - o cuatro - primeros grandes exponentes.
Cine para tiempos de crisis.

Es una película sin género, cuya importancia está en la metáfora social y en los medios artísticos con los que se tránsmite esa metáfora. Sin embargo, el significado contenido en ese mensaje es quizás demasiado específico. La historia, que a ratos nos puede parecer tonta, posee contenidos simbólicos de altísima relevancia para el pueblo alemán de esa década. La obsesión por el uniforme es difícilmente entendible en una cultura distinta. Tanto así que en Estados Unidos, aunque se valoró la calidad cinematográfica, la historia no se entendió bien. (SPOILER: Eso fue porque en ese país, la gente que trabajaba en los baños ganaba más plata que los porteros, por lo que carecía de sentido que el personaje se desmoronara por el cambio de empleo.)

Sin embargo, la narración, el cuento mismo, tiene el valor de todo testimonio social, que cobra aún más sentido en tiempos de crisis. El cine eterno, es decir el buen cine, es el que vuelve a ser necesario cuando los tiempos lo requieren. La historia de "El Último" y su sensacional lance patético contienen, más allá de la especificidad de su metáfora, una verdad indisoluble sobre el valor que le asignamos a las cosas y a los símbolos, sea en el país que sea, y de qué pasa cuando esos símbolos se desmoronan con uno dentro. Y hoy en día, cuando todos tememos que, de un momento a otro, se desmorone el mundo o la economía o el mercado o cualquier cosa, es cuando películas como "El Último" esperan en su estante tranquilamente el momento de volver a tener sentido.
Der letzte mann
1924

Dirección: F.W. Murnau
Producción: Erich Pommer
Protagonizado por: Emil Jannings
Fotografía: Karl Freund
Música: Giuseppe Becce
Arte: Walter Röhrig, Robert Herlth
Alemania
77 minutos

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